miércoles, 7 de septiembre de 2011

LA PIEL QUE HABITO de Pedro Almodóvar

PEDRO, NO TODAS LAS PIELES TE SIENTAN BIEN


La piel que habito parece, probablemente, la película menos almodovariana hecha hasta el momento por el director manchego: un thriller de suspense con toques puntuales de (pretendido) terror y regustillo a cinefilia de auteur. Y digo parece porque, a tenor de la premisa argumental y el tono que destila la misma, bien podría pensarse que el oscarizado director habría optado esta vez por renovarse e investigar nuevos frentes creativos. Sin embargo, y como era de esperar, el estilo y el autor son indivisibles y el personalísimo sello del cineasta no podía faltar a la cita.

Así, podemos reconocer la impúdica mirada de Almodóvar en los ojos del brillante cirujano Ledgard (interpretado con hieratismo por Antonio Banderas) que observa con fascinación a Vera (Elena Anaya), su particular monstruo de Frankenstein, reconstruido a partir de injertos de piel artificial y a imagen y semejanza de su esposa perdida. Misma morbosa (y mórbida) fascinación voyeurista con que el director estudia y reconstruye por piezas distintos títulos y tendencias del cine pretérito: Los ojos sin rostro, de la que la película bebe en contenido y sobre todo en forma (la imagen de Vera tras la máscara quirúrgica o la mansión-presidio donde acontece la mayor parte de la acción), con un cierto halo a cine giallo (con esa extraña mezcolanza entre el aroma meditarráneo y el horror y la sangre).

Pero sobre todo, y tal vez sin que lo pretenda, en esta ocasión reconocemos la figura del autor en la andrógina dualidad de Vicente-Vera, el joven muchacho, víctima de la retorcida venganza del científico loco, que acabará convertiéndose en un juguete transformista en manos de Ledgard. Y es que, por mucho que el cirujano se empeñe en convertir a Vicente en Vera, la transformación de su cuerpo no implica la transmutación de su identidad, revelándose su nuevo envoltorio como el habitáculo que reza el título. Y esto mismo es lo que parece ocurrirle a Almodóvar en su última película: las pautas genéricas y tonales heredadas de Tarantula, la novela de Thierry Jonquet en la que se basa el guión (y de la que el director ha declarado hacer una adaptación libre) caen rendidas ante la arrolladora personalidad del autor, cuyo imaginario lucha por desengrilletarse y aflorar en la obra.

Como resultado La piel que habito se convierte en una rara avis a medio camino entre el thriller angustioso que debería ser y la pieza genuinamente autoral que desea ser, sembrando una esquizoide confusión en el público que nunca está demasiado seguro de la intención expresiva del director ni como se supone que debería reaccionar. Así, los pasajes de tensión se anulan ante un grandilocuente y empalagoso costumbrismo (el melodrama típicamente Almodóvar representado por el personaje de Marisa Paredes, aquí de una solemnidad incomodamente impostada) o frente instantes puramente esperpénticos (como la aparición de Zeca, también conocido como "el tigre"), que evidencian el descuido en tramas que se pierden en la nada (la inisistencia en la dudosa ética de las prácticas de Ledgard ante la comunidad científica) entorpeciendo la narración y dinamitando la, por otra parte, fascinante propuesta.

Aún así, entre las fisuras del megalítico ego del autor se identifican ciertos conceptos que apuntalaba la obra y que Almodóvar, por negligencia o por desinterés, no ha acabado de culminar o lo ha hecho precipitadamente, como las posibilidades de "la nueva carne" (en términos cronenbergianos) de Vera o la incorruptibilidad de su identidad más allá de la frontera de su cuerpo, resuelta un clímax torpe y sin emoción. En conclusión, el ejercicio de transformismo de Almodóvar se ha dado de bruces con su propia e inamovible personalidad y, aunque acorde con la tesis que plantea el film, paradójicamente se traduce en una propuesta fallida e incoherente con su planteamiento. Y es que por lo visto, a nuestro Pedro no todas las pieles le sientan bien.